Es cierto que una vez aprobados en la residencia respectiva los médicos deben pasar infinidad de pruebas adicionales para evaluar su capacidad —bajo esta lógica, los malos elementos tarde o temprano se quedarán en el camino—, pero mientras tanto, quien desembolsó sus 80 mil pesos para acceder a un lugar para el que no está preparado distrae tiempo y recursos de hospitales y dependencias, además de que bloquea a quien, por méritos propios, debe estar ocupando dichas plazas y quizá no pudo entrar por sobrecupo.
Este mismo fenomeno lo he escuchado en el sistema educativo junto con la venta de "oportunidades" laborales ¿En verdad nunca nadie tuvo cómo comprobar algo que se supone tan sabido?
Dice la Secretaría de Salud que la compraventa de exámenes era algo “ya muy sabido”, pero que no hubo nunca pruebas. Por su parte, la Secretaría de la Función Pública asegura que detectó la red de piratería gracias a una llamada anónima. ¿En verdad nunca nadie tuvo cómo comprobar algo que se supone tan sabido?
Se desconoce cuántas generaciones de médicos pudieron haber echado mano de este “atajo” escolar, y por supuesto que el caso exige una investigación profunda de toda la cadena de personas con acceso a tal documento: los médicos que lo redactaron, las autoridades académicas y públicas que lo aprobaron, los impresores que los maquilaron y hasta el mismo servicio privado de custodia que se encargó de distribuirlos.
Este penoso caso va más allá de haber pillado a unos cuantos tramposos. Exhibe un aspecto preocupante de nuestra cultura académica que carcome las entrañas de nuestro aparato científico y explica, en parte, nuestro rezago en la materia.
El rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, ha dicho en varias ocasiones que México se encuentra en los suburbios de la sociedad del conocimiento, pero no está adentro, y que el Estado no se ha preocupado por promover y estimular ciencia y tecnología, que son las disciplinas que en realidad están dando competitividad, ventaja y prosperidad a las naciones más avanzadas. Contamos con bajos presupuestos, escasa presencia internacional y pocas vocaciones en dichos ámbitos, pero, eso sí, estamos buenos para engañarnos y comprar grados académicos que no tenemos.
No todo es malo. Hay ejemplos notables de estudiantes mexicanos brillantes que con su esfuerzo personal han logrado destacar en el mundo y ganar concursos de importancia. Estimulemos esos casos y produzcamos más, porque está comprobado que recursos humanos para hacerlo sobran.
Además, seamos rigurosos y superemos ya el tercermundismo mental de la transa, para decidirnos a entrar a las grandes ligas del conocimiento, sustituyendo estudiantes de Medicina pirata con científicos de excelencia dedicados a salvar vidas humanas y que hagan avanzar la ciencia en México y el mundo.
Reflexionemos.
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