Aqui su reflexion:
Interesante en varios sentidos el libro Los socios de Elba Esther de nuestro compañero Ricardo Raphael, que relata con amenidad y rigor la temeraria y eficaz trayectoria política de la autoproclamada líder vitalicia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), actor clave de la política electoral en México. La información presentada sobre la maquinaria política del sindicato es poca pero valiosa, el libro acierta en su objeto y deja interrogantes para el futuro inmediato.
Alguna razón habrá para la propensión del SNTE a tener líderes morales de larga duración, los cuales terminan defenestrados (Jesús Robles Martínez y Carlos Jongitud, predecesores de Gordillo). La duración de los líderes podría estar relacionada con la duración de las reformas educativas y el statu quo sindical que engendran o ratifican; el papel moral de estos líderes quizá sea una adaptación a la interlocución con la SEP para simplificar decisiones en el sector más vasto y complejo del gobierno.
La fuerza organizativa electoral del SNTE, como explica Ricardo Raphael, se basa en la capacidad del magisterio para actuar políticamente en todos los rincones del territorio nacional con disciplina y eficacia. Puede añadirse que esta capacidad fluye también de la función educativa misma, con su énfasis en el ejercicio de los valores cívicos y la función de los planteles escolares como recintos electorales, evidencia de contigüidad institucional entre la escuela y las elecciones.
La descripción de la forma y uso del poder del SNTE por sus líderes en el libro comentado no nos impide subrayar la relación de propósitos institucionales comunes entre el magisterio y las elecciones. Al respecto, Carlos Jongitud calificó a su propio gremio como trabajadores “de obra negra”. Pero, ¿hay otra fuerza que cumpla esa función y, de ser así, sería acaso indeseable que los maestros tuvieran una alta participación en política y elecciones?
No hay motivo para deplorar la relevancia electoral de los maestros y su participación en funciones de gobierno y sociedad civil en todo el país. Es bueno que así sea porque a menudo el maestro es el único o el más idóneo para ocupar puestos públicos de perfil alto, medio y bajo, por no hablar de su participación en medios de comunicación, vida cultural, deportiva y otras áreas. El cuadro de angustia por el estado de la educación omite que el maestro está formado para cumplir también fines políticos.
Detractores del liderato sindical a veces mezclan en su argumento el bajo rendimiento escolar como causado por la alta participación política del magisterio, cuando, desde el punto de vista republicano, es saludable que los maestros participen. Regis Debray nos recuerda que la escuela, no la bolsa, es el templo de la república. Hay virtudes cívicas que algunos maestros pueden ejercer mejor que otros en puestos públicos, incluidos profesionistas y empresarios, que, por otra parte, no se interesarían en tomarlos.
El debate sobre la calidad de la educación se vería beneficiado si separara la crítica política al SNTE de la crítica de la educación en sí. Los maestros que cumplen funciones no escolares son muchos, pero no tantos que disminuyan la capacidad escolar. El bajo rendimiento escolar que se reporta puede tener otras causas, la primera el gigantismo de la SEP, cuya reducción en los últimos años parece conducir a su descentralización total como primer remedio.
Una vez delegada toda la educación a los estados, creada una agencia de supervisión federal y legislado el control constitucional del caso, el magisterio se volvería más fuerte en los estados y aumentaría su participación política, lo cual, como decíamos, no deberíamos deplorar en principio. La sociedad no puede desconfiar de sus maestros. Aun en caso de duda extrema sobre su capacidad educativa, merecen un voto de confianza para mejorar.
La consumación de la descentralización abriría una interrogante sobre el futuro del SNTE como sindicato nacional. Tras reivindicar su estatus nacional contra el propósito de seccionarlo del presidente Zedillo, el sindicato adoptó la vía partidista, formando su propio partido. Por encima del sello de Gordillo, un partido de maestros no tiene por qué ser mala noticia.
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