Tanto en el discurso de despedida de Josefina Vázquez Mota como en el del presidente Calderón al dar su mandato a Alonso Lujambio al frente de la SEP, así como en las primeras declaraciones del nuevo secretario, hubo un énfasis en la continuidad, sobre todo de la Alianza por la Calidad Educativa.
¿Continuidad? Ante la impresión doble que la ACE está como en neutral y que ha sustituido a un programa de más amplio rango y visión, hablar de continuidad preocupa.
Por esto, la semana pasada, en estas páginas, apunté un par de historias exitosas en modelos de reforma educativa sacados del libro Outliers, del periodista neoyorquino Malcom Gladwell.
Daniel Goldin, ensayista, editor y especialista en libros y lecturas, un tipo que de esto sabe mucho, me escribió un correo en el que acierta en reclamarme varias cosas y en sugerir otras. Por eso, ahí va:
¿Qué sentido tiene proponerle al secretario un nuevo programa tan lejano a sus posibilidades reales de instrumentación en lugar de recomendarle revisar la bibliografía sobre lo que se ha hecho en este país? ¿Es que siempre tenemos que estar innovando e improvisando y no se puede aprender de lo realizado?
Te he hablado del poco interés que habían tenido en México las dos encuestas de lectura que se llevaron a cabo a fin del sexenio pasado (la de Conaculta/UNAM, en población abierta de 12 años y más, y la de prácticas de lectura llevada a cabo por la SEP con el INEGI, entre niños, maestros y padres de familia de escuelas públicas, de preescolar a secundaria).
Tampoco ha servido de gran cosa el libro Aprender más y mejor, que recoge los estudios realizados por un grupo de expertos de Harvard para evaluar algunos de los principales programas de la SEP el sexenio pasado ni el volumen de estudios sobre la encuesta que coordiné para Conaculta. Ninguno de ellos ha sido usado para diseñar las nuevas políticas de educación o cultura o, más modestamente, para evaluar la continuidad de los programas.
Entre otras cosas, por eso el monto del presupuesto destinado al Programa Nacional de Lectura, que ya era proporcionalmente bajo durante el sexenio anterior, se ha reducido a menos de la mitad en esta administración.
En tu texto haces hincapié en una cuestión fundamental, la importancia del bagaje familiar en el desenvolvimiento escolar de los menores. Se trata del talón de Aquiles de la educación universal, pues pone en entredicho la igualación de oportunidades que era el corolario de la educación universal.
No es, desde luego, un problema fácil de resolver, menos en países con tantos extremos como el nuestro. El bagaje cultural familiar es determinante para garantizar, de entrada, el desarrollo lector del niño y, por tanto, su permanencia y logros en el sistema escolar.
De esto hablamos Elisa Bonilla y yo en “Libros de la escuela al hogar: caminos de ida y vuelta”, capítulo del libro Bibliotecas y escuelas, retos y oportunidades en la sociedad del conocimiento. En ese texto también mostramos cómo se puede, con un costo económico relativamente bajo, pero con un compromiso real de la comunidad educativa, transformar la situación.
Para comprobarlo usamos una caso emblemático: Ixtlán del Río, una pequeña comunidad en Nayarit, en la que a partir del esfuerzo concertado de padres de familia y maestros, en el ámbito del Programa Nacional de Lectura, se logró elevar el promedio de los alumnos en la prueba ENLACE de comprensión lectora, más de cinco veces por encima de la media nacional. ¿Cómo lo hicieron? Simplemente utilizando los acervos que tenían disponibles en la escuela en las bibliotecas de aula y bibliotecas escolares, una vez a la semana, con actividades en las que los padres se fueron involucrando y también los maestros....
No se trata nada del otro mundo. Y desde luego no auguro que de ahí vayan a salir los futuros premios nacionales de ciencia o arte, pero es suficientemente claro como para mostrar que hay caminos posibles para mejorar de forma sustancial la calidad y la equidad de la educación pública en México.
Desgraciadamente son señales que no parecen ser atendidas, pues no resultan rentables políticamente. En el sexenio anterior el gobierno dedicó un monto 88 veces superior a esfuerzos para mantener a los alumnos en la escuela, como el programa Oportunidades, que al Programa Nacional de Lectura, como si al incrementar la permanencia en la escuela y progresar en el nivel de escolaridad fuera en sí mismo una mejora en el nivel de escolaridad. Por eso los resultados tan bajos en las pruebas ENLACE o PISA.
También se destinaron 21 mil 747.94 pesos por alumno para el programa Enciclomedia, mientras que al Programa Nacional de Lectura sólo se le destinaron, por alumno, 19.2 pesos en libros y 50 centavos en capacitación. La disparidad es escandalosa.
Hoy las prioridades siguen siendo el abastecimiento de nuevas tecnologías, y los exámenes, dos cosas positivas, siempre y cuando se contemplen sistémicamente. Pero se siguen tomando decisiones sin utilizar los instrumentos para la evaluación de los programas.
Daniel tiene razón.
Más tarea para el secretario Lujambio.
¿que les parece queridos lectores?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario