Nadie puede estar en desacuerdo con el propósito de elevar la calidad de la educación en nuestro país, pues como lo acaba de decir el presidente Felipe Calderón ante la dirigencia nacional del SNTE: "Estamos verdaderamente en un cambio de época que está poniendo a todas las naciones en el predicamento de decidir, no si (se) permanece igual —(con el) riesgo de atrasar(se) aún más (en) los niveles de vida— o verdaderamente lanzarnos con todo a construir un país moderno".
Lo complicado frente a este dilema es, si se decide ir hacia adelante en el ámbito educativo, cómo lograrlo. Según la OCDE, México ocupa el lugar número 30 de 31 países en la prueba PISA de matemáticas 2003 (y aun cuando este próximo diciembre se conocerán los resultados de la prueba más reciente, no podemos esperar avances significativos). Por su parte, el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) señala que el 28 por ciento de los alumnos no terminan la primaria y, otro 17 por ciento se encuentran rezagados un año, en relación a su edad, para ingresar a la secundaria, así como un 12 por ciento más sufren de un rezago de dos años o más. Según el propio magisterio, la deserción escolar "sigue siendo un fenómeno a corregir", pues a nivel secundaria alcanza un 30 por ciento.
"Actualmente, 32 millones de mexicanos tienen una educación inferior al ocho por ciento del promedio nacional, por lo que el capital humano de México tiene un 65 por ciento de conocimientos inferiores en matemáticas, y más del 50 por ciento con problemas para leer y comprender textos, lo cual lo coloca en severa desventaja con referencia al de otras economías emergentes como China, Corea del Sur e Irlanda, entre otras." (véase Un nuevo modelo educativo para el México del Siglo XXI. Conclusiones y propuestas del IV Congreso Nacional de Educación, SNTE) Ante esta realidad, lo grave es que a pesar de que los demás actores del proceso educativo —como los padres de familia, algunos medios de comunicación o el sector privado— también comparten este diagnóstico, han optado mejor por enfocar sus señalamientos en contra del SNTE, calificándolo como "el principal obstáculo para el cambio".
Con ello, han perdido el bosque, por mirar los árboles, evitando de este modo que se haya podido construir una visión integral del sistema educativo. No sólo se ha perdido hasta ahora la oportunidad de construir una ruta para el cambio, sino que la atención se desvía constantemente de los objetivos que todos dicen perseguir a favor de una educación de calidad. El hecho es que sin una metodología (política y administrativa) no habrá cambio.
La propuesta que el SNTE, a través de la maestra Elba Esther Gordillo, le hizo al Presidente de la República propone:
1) Integrar una Comisión Nacional de Concertación y de Coordinación para la Transformación del Sistema Educativo que se abocaría a revisar propuestas para la mejora educativa
2) Generar una iniciativa de reforma de Ley Federal para la Metodología y Normalización, a efecto de contar con una norma mexicana para la calidad de la educación
3) Diseñar una iniciativa de ley de gasto de inversión para el sistema educativo nacional, que parta del federalismo educativo y poder contar con presupuestos de inversión multianuales para el sector.
Lo que contiene la propuesta del SNTE de manera explícita (a través de la Comisión para la Transformación del Sistema Educativo) y, de manera implícita a lo largo de todas las Conclusiones del IV Congreso Nacional de Educación, es precisamente una metodología para el cambio. Al plantear la integración en un solo espacio político de la ANUIES, los padres de familia, la Conferencia Nacional de Gobernadores, además de la SEP y el propio SNTE, bajo el liderazgo del Ejecutivo federal, se abre la posibilidad de considerar a todo el sistema educativo de manera integral, con toda su complejidad y problemáticas particulares. Una reforma que sólo se enfoque en una de las partes aisladas del sistema (por ejemplo, la educación media superior) o que sólo busque responsabilizar a uno de los actores (por ejemplo, al SNTE), está condenada, de entrada, a quedar corta con respecto a las exigencias que a nivel internacional existen hoy para la calidad educativa y la competitividad económica de nuestro país.
Es claro, como lo señaló el presidente Calderón, que "en un mundo globalizado en plena era del conocimiento… sólo saldrán adelante las naciones, cuyos ciudadanos estén más y mejor preparados". Es impostergable, por ello, una transformación del sistema educativo que tenga como eje la calidad, y en donde se capacite a las nuevas generaciones para la competencia. Por lo tanto, la clave está en el cómo de la reforma educativa. El SNTE ha hecho una propuesta que abre la posibilidad de iniciar el recorrido político y técnico de dicha transformación en el mediano y largo plazo. Falta saber la respuesta que a esta iniciativa le dé, primero, el Ejecutivo federal, y, después, la sociedad organizada en asociaciones de padres de familia y en grupos empresariales comprometidos con la educación. La SEP, por su posición institucional, tiene la posibilidad de ser el eje articulador de este esfuerzo. O existe un esfuerzo colectivo y coordinado, o se perderá la oportunidad de iniciar el cambio que se requiere para mejorar la calidad educativa; lo más grave sería agotar un nuevo sexenio con descalificaciones estériles y hasta contraproducentes.
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