Construcción que parece ilusoria, no ideal, fundada en buenos deseos o en retórica. Aunque hay miles de docentes cumplidores, más mujeres que hombres, el maestro ya no tiene la estatura moral que le atribuían novelas, películas y relatos populares. Ya no es el misionero que ensalzaba Vasconcelos, ni un apóstol, como lo ungió Alfonso Reyes.
Acaso, en lugares de Oaxaca, Michoacán y Guerrero la imagen del maestro sea la de un tipo peleonero, inculto, gritón, malhablado, que se la pasa en plantones, cierra las escuelas y abandona a sus estudiantes. Nada digno de imitar. Por estas fechas, cuando comienzan las clases en la primaria, me ataca la añoranza. Atosigo a mi memoria y rememoro a cada una de mis maestras de los seis años de primaria, a la mayoría, con afecto y gratitud. Incluso, guardo respeto por la de tercero de primaria, quien, con base en una disciplina casi militar, regla en mano y el lápiz rojo, me quitó las faltas de ortografía.
En aquellos tiempos —no tan lejanos todavía—, lo recuerdo bien, ninguna maestra llegaba tarde, no había plantones, nuestras madres les tenían confianza y aprendíamos —de memoria, por supuesto— lo que teníamos que aprender. No había tanta escuela privada porque el sistema público satisfacía los anhelos de la clase media y la baja que tenían acceso a la escolaridad. Aquellas maestras sí se ganaron el pedestal en que la tenían nuestros padres y más nuestras mamás. En aquellos tiempos no había libros de texto gratuitos, el tipo de educación era memorística, lo importante para los alumnos era grabarnos en la cabeza lo que los docentes dictaban, recitar lo mejor posible los pasajes que nos encargaban leer y cantar como periquitos las tablas de multiplicar.
Cierto, era la concepción bancaria de la enseñanza, como la criticó Paulo Freire, pero nos enseñaban a leer, escribir y contar, a la mayoría con corrección. Hoy, la crítica a la pedagogía memorística es mayor, hay nuevas y —tal vez mejores— alternativas que las postuladas por Freire y se promueven, pero no calan en la práctica de la las escuelas mexicanas.
Tengo la convicción de que, más allá de la retórica sobre las innovaciones, muchos maestros siguen venerando la didáctica tradicional pero, a juzgar por las evaluaciones que conocemos, la mayoría no cumple siquiera con esa tarea.
Cuando era un chamaco, los dirigentes sindicales, al menos allá en mi Durango, gozaban del reconocimiento de sus pares y de las asociaciones de los padres de familia, por sus méritos en las escuelas, no por sus acciones en la grilla sindical. El 15 de mayo, los estudiantes, guiados por algunas señoras entusiastas, organizábamos el festival para nuestros maestros, a veces con réplicas calcadas del Día de la Madre. Y le poníamos empeño. El obsequio de los alumnos era un canto, un bailable o un poema. Claro, también había quien le regalaba a su maestra algo material: una pequeña canasta con fruta, dulces, o plumas, quizás algún trabajo de los talleres de manualidades, con el fin de adornar su mesa. Era para agradecer su labor, aunque tal vez lo hacíamos con sentimientos encontrados, porque nos disgustaba la disciplina. Acaso los teóricos de la nueva sociología de la educación tengan razón.
Aquel tipo de enseñanza acostumbraba a los alumnos a ser receptores pasivos, no actores, y a diseñar —en el mejor de los casos— algoritmos para solucionar problemas comunes con el fin de formar trabajadores disciplinados y súbditos obedientes, no ciudadanos plenos. No había la intención de que los estudiantes tuviéramos conciencia crítica, juicio propio, espíritu emprendedor ni competencias para resolver cuestiones complejas. Eso no estaba en el horizonte. (el que adapta la nota pregunta ¿Hoy en día los alumnos son capaces de lograr lo expuesto en rojo? ¿sera mejor la nueva educación a nivel social?)
Pero tampoco lo está hoy, más allá de las proclamas. Hablando de educación y magisterio nos encontramos en el peor de los mundos: no existen ya aquellas maestras con mucha responsabilidad y poca pedagogía; hoy, los docentes responsables son minoría y pocos saben de qué tratan los nuevos métodos de enseñanza. La tradición feneció y la modernidad se mira lejos. Más que un modelo sofisticado y reflexiones a modo, quizá lo que México necesita para impulsar la educación es acatar lo que, se supone, se debe hacer: puntualidad, responsabilidad individual y colectiva, ejercicio de la autoridad y cumplir los programas y calendarios. Y que la burocracia trabaje, aunque el SNTE sea un obstáculo poderoso para que se cumpla la con norma.
Invita a la reflexión ¿verdad amigos maestros?
Dejo en el aire una espinosa cuestión, que , como manda la norma, empezare aplicándola en mi persona ¿que tanto me acerco al ideal de maestro y que tanto soy un buen ejemplo para mis alumnos? ¿tengo mas pedagogía que responsabilidad para con mis estudiantes? Tengo tarea para este fin de semana. Que de