La violencia doméstica enferma. Una mujer que sufre violencia en su hogar tarda, en promedio, 10 años en pedir ayuda, tiempo suficiente para que su salud se deteriore a tal grado de incapacitarla o causarle una muerte repentina, advierten especialistas.
Los trastornos físicos pueden ser dolores de cabeza, artritis, colitis y gastritis, pero también taquicardia, diabetes, hipertensión arterial, envejecimiento prematuro e infartos.
La lista de las enfermedades que puede experimentar una mujer maltratada en un corto, mediano o largo plazo es extensa y la respuesta de los médicos para afrontarlas es deficiente, pues recetan medicamentos para controlar los síntomas pero no detectan la causa real de los padecimientos que está relacionada con el devaluado estado emocional de la paciente, aseguran expertos del Instituto Nacional de Salud Pública, del Programa Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara y de la organización civil Apis, Fundación para la Equidad.
No importa si la violencia es física, sexual, emocional o económica. Cualquier tipo de agresión continua como la que se puede vivir en el hogar genera depresión y ésta a su vez, baja las defensas del organismo.
Es entonces cuando la mujer puede ser presa de infecciones oportunistas o desencadenar padecimientos crónicos degenerativos, explica Norma Banda, sicóloga de la Fundación para la Equidad, encargada de dar terapia a las víctimas de violencia.
LAS INVESTIGACIONES
En México y en el mundo abundan los estudios sobre los efectos sicológicos que produce la violencia doméstica o de pareja. De manera reciente, los especialistas de la salud física y emocional han comenzado a indagar sobre las enfermedades relacionadas de manera directa o indirecta con la violencia contra la mujer.
En el año 2000, el Sistema Nacional de Salud en España comenzó a hablar del tema y enlistó una serie de síntomas físicos que identificó en la mayor parte de las mujeres agredidas por sus parejas: dolores crónicos, migraña, artritis, dolores de cabeza y espalda, colitis, tartamudeo, infecciones de transmisión sexual, cansancio crónico, dificultades de concentración, alteraciones del sueño, tristeza, pérdida de la memoria, irritabilidad, desórdenes gastrointestinales, envejecimiento prematuro y afecciones cardiacas (infartos).
En 2003, en México, la Encuesta Nacional sobre Violencia contra las Mujeres hecha por la Secretaría de Salud reportó que, en promedio, 52% de las mujeres agredidas —sobre todo, sicológicamente—, tenía problemas de salud.
Juan Carlos Ramírez Rodríguez, investigador del Programa Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de Guadalajara, también ha abordado el tema y ha enlistado algunos de los padecimientos producto de la violencia doméstica: dolores de cabeza, nervios, insomnio, somnolencia y depresión, cansancio, colitis, abortos, dolor abdominal, diarrea, enfermedades de transmisión sexual, cambio de carácter, inseguridad, olvidos recurrentes y torpeza.
En comunidades indígenas, dice, es común que las mujeres hablen de “bilis”, “empacho” y “muina” después de vivir un episodio de violencia. Pero advierte que los padecimientos más graves en el medio rural y urbano son las agudizaciones recurrentes y dificultades para controlar la hipertensión arterial y la diabetes mellitus.
Si la mujer está embarazada los efectos serán, en algunos casos, hipertensión arterial y abortos, así como bajo peso al nacer y nacimiento prematuro en el caso de los bebés.
“Quizá lo más impactante (de la violencia doméstica) sean las lesiones postraumáticas, pero con un nivel de daño apenas visualizado son los efectos tardíos, producto del abuso silencioso, de baja intensidad, imperceptible a la mirada de terceros, destructivo para quien la padece y vive cotidianamente con ella.
Los efectos son vagos y tienden a confundirse con muchos problemas de salud que el personal médico acostumbre medicalizar, sin llegar a determinar el origen de los mismos”, señala.
Norma Banda, de la Fundación para la Equidad, agrega a la lista otros padecimientos físicos: dolor de espalda y cadera, palpitaciones (asociadas a la ansiedad), tics nerviosos y trastornos en la alimentación (sobrepeso, bulimia, anorexia y bajo peso).
Dice que la salud de la mujer se deteriora tanto en ese periodo de 10 años que tarda en pedir ayuda que le es difícil afrontar la decisión de separarse de sus parejas.
Desde su punto de vista la Norma Oficial Mexicana NOM-190 sobre los criterios para la atención médica de la violencia familiar no se cumplen a cabalidad, pues es difícil que un médico asocie ese problema con padecimientos físicos.
Dicha norma establece una serie de lineamientos que tendrían que seguir los médicos para detectar casos de violencia doméstica en las pacientes que llegan a solicitar servicios hospitalarios, así como dar aviso al Ministerio Público.
Al respecto, investigadoras del Instituto Nacional de Salud Pública, de la UNAM y del Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia consideran que algunas de las causas por las que los médicos incumplen con esa norma es por el “casi nulo” conocimiento de la misma, la poca capacitación que reciben sobre el tema, porque sienten que no es de su competencia atender la violencia familiar y porque tienen desconfianza en lo referente a cuestiones legales.
Cristina Herrera, Ari Rajsbaum, Carolina Agoff y Aurora Franco, autoras de la investigación “Entre la negación y la impotencia: prestaciones de servicios de salud ante la violencia contra las mujeres en México”, señalan: “La violencia suele pasarse por alto y cuando se detecta la mujer es canalizada al servicio de trabajo social, donde no siempre se sabe a qué instancia enviarla o se tiene desconfianza de las instituciones indicadas para ese fin”.
Norma Banda recomienda a las mujeres que sufren algún tipo de violencia que, para prevenir todos estos efectos en la salud física, soliciten ayuda a los sicólogos y terapeutas especializados en el tema.